Los atormentados
casis bailaban entre los retales,
Los quizás habían
quedado perdidos en el viento,
Y los “siempres” se
desvanecían entre tus rizos.
Tus pupilas vacías se
clavaban en el suelo,
Incapaz de
observarme,
Mientras los
prejuicios se enredaban con la injusticia.
Cristales líquidos
quemaban en el mármol inquieto,
Había un vaivén de
esferas justo encima de tus labios,
Desgarrar de un
esqueleto,
Era lo último que
quería.
Vos, tú, usted, da
igual,
Pequeña retahíla
insegura,
Bomba.
Quemabas,
Ardías,
Y la hojarasca
cerraba tus parpados.
El silencio era tal,
Que podrías haber
sido un cadáver exhumado,
Las rojeces en tus
mejillas,
Te daban la única
vida.
Palpaste con tus
dedos visuales,
Mi cara lozana,
Me rasuré por ti,
Lolita.
Una línea curvea,
Rosada y azul en los
extremos,
Mostraban tus dientes
pálidos,
Y cómo tu lengua
jugaba con soltar palabra.
Cuerdas rojas
anudadas,
Impedían la libertad,
De ti, de nosotros.
Corte, rotura,
Te dejaste entonces,
Pude verlo en tus
astros llorosos.
Y contemplé el cielo
entre árboles,
Y lo deseé.
Los harapos albinos
que deseabas deshacer,
Medio colgando en el
suelo,
Agua tibia,
Encerrona,
Y libertad.
Recuerdo cómo tus
labios,
O los que solían ser
tuyos,
Susurraron,
No.
Y juro haber sentido
los segundos,
Haber acariciado las
horas,
En aquel jardín
apagado.
Seima Ramírez
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